sábado, 2 de octubre de 2010

Esclavos cualificados

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Esta semana, no sé si fue consecuencia del contagio o fruto de la casualidad: un cierto número de los Mediblogs que sigo habitualmente abordó el tema de nuestras condiciones salariales. Las entradas de algunos han llegado incluso a la transparencia de desglosar los diferentes conceptos de la última nómina de sus autores.

Desde el respeto que me merecen todos mis compañeros y desde el que me debo a mí mismo: hace ya mucho tiempo que la lectura de estos, nuestros blogs y comenzando por la del mío, me llevó a la conclusión de que somos únicos a la hora de cacarear nuestras desgracias, cual perros falderos que hipotecan toda su energía en la emisión de cuatro ladridos retóricos, mientras dan saltitos hacia atrás buscando la protección de las piernas de su ama.

Se mire como se mire: por paciente asignado o por acto, lo que ingresa un médico de Atención Primaria en este país es absolutamente vergonzoso.  Aunque tal agravio no es flor de un día y pudo ser más manifiesto en épocas pre-crisis, aquellas no tan lejanas que fueron de bonanza para muchos, aunque no para nosotros; esas en las que los pequeños constructores rurales, entre otros muchos profesionales, fumaban habanos y rodaban en coches caros, de alta cilindrada... 

Pero no debería sorprendernos; al fin y al cabo nuestra remuneración está en consonancia y es una muestra más del escaso respeto y la aún menor valoración que nos dispensa la Administración y que cada día se pone de manifiesto en la cantidad o calidad del trabajo que se nos atribuye, en sus nulas intenciones de mejorar ambos conceptos. Pero sobre todo, por encima de todo -y es este el núcleo de la cuestión- del escaso respeto que sentimos por nosotros mismos.

Cada día caigo en el "destajo" de un ritmo frenético que apenas me deja unos minutos para oxigenar mis pensamientos; haciendo y firmando recetas, partes, altas, certificados, interconsultas, etc... a una velocidad que casi se aproxima a la conseguida por Vicente Baos; al capricho de algunos pacientes que pueden venir cuando estoy aterrizando o cerrando la puerta para marcharme; que me abordan en términos que resultarían más propios de una peluquería...: "Ahora míreme el pie... Y quiero recetas... 3 de cada... ¡Ah y me olvidaba!: últimamente me canso mucho... Y ya que estoy aquí: Hágame estas para mi madre... Y deme un justificante... No, así no me sirve, tiene que ser Alta y Baja... ¿Me ha hecho una de Pirifren?"...

Cada noche tengo pesadillas con una cinta transportadora cargada de individuos a los que he de estampar un sello en el dorso de la mano o en la frente,  a los que entregar documentos o deprimir la lengua,...y que pasan ante mi deprisa, en un movimiento sin fin.

Otros países occidentales tienen médicos; en España solo alcanzamos a ser proletarios de la salud, esclavos cualificados incapaces de llevar sus anhelos más allá de unas tertulias virtuales, aunque enmudecidos en los foros apropiados: este año perdimos una primera oportunidad como empleados públicos y otra más reciente como ciudadanos. Si Asclepios levantase la cabeza... ¡Nos echaría del templo!



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